viernes, 22 de noviembre de 2013

EL FASCISMO




EL FASCISMO, VANGUARDIA EXTREMISTA DEL CAPITALISMO


         Parece una aberración que, después de dos guerras mundiales y de tantas luchas de los pueblos del mundo en pro de la paz y de la justicia social, hoy tengamos que seguir lidiando con el insidioso fascismo. Creíamos que lo habíamos enterrado al término de la Segunda Guerra y después de aprobar la Carta Universal de los Derechos del Hombre, pero la verdad es que sigue vivito y coleando. Vale la pena, entonces, preguntarse por las razones de esa sobrevivencia. Umberto Eco escribió, en ese sentido, un trabajo titulado “El fascismo eterno”. Sería terrible para la Humanidad que eso fuera una probabilidad cierta. Yo prefiero pensar –y en eso está comprometida la sociedad mundial democrática- que, más temprano que tarde, le pongamos una lápida que diga: Junto a su padre, aquí yace el fascismo. Para eso, que todavía falta mucho,  al lado de este hijo odioso habría que sepultar primero a su padre, el capitalismo. Primero tenemos que lograr que se haga casi unánime la conciencia del riesgo que corre la civilización humana si no lo logramos, cuando menos,  a mediano plazo. Y por eso también se hace cada día más perentoria la urgencia de desarrollar a todos los niveles una batida universal contra el fascismo. Esta iniciativa del Centro Nacional de Historia, se inscribe, precisamente, en esa inaplazable tarea mundial. Y ahora, aquí, en la patria de Bolívar, forma parte de la gran batalla por la preservación y el fortalecimiento de nuestra Revolución Bolivariana.
            Sobre el fascismo se ha derramado tanta tinta y se ha discutido tanto que parece casi imposible añadir algo nuevo. Pero siempre –y ahora más que nunca- hace falta decir algo de lo que  nos está aconteciendo con ese monstruo de mil cabezas. Y no solo por sus testas erizadas de odio, sino porque ese monstruo tiene muchas caras. Y en cada momento en que emerge de sus nauseabundas aguas, muestra rostros diferentes. En sus primeros tiempos se disfrazó de socialismo. Mussolini era un iracundo “socialista” y el movimiento de Hitler fue el “nacional-socialismo”; en España se abrazaron a los principios cristianos y aquí se autodenominan como los primeros en la Justicia, invocan el “progreso”, se colocan en sus cabecitas apátridas el tricolor patrio, tratan de parecerse –por supuesto, solo en los ademanes y en una especie de ritual grotesco- al que nos devolvió la patria, la verdadera, la de Bolívar y los llaneros de la Independencia, la de los pat’enelsuelo de ayer y de hoy. Y lo peor es que logran así penetrar en la mente de mucha gente sana y de buena fe. Esa facilidad para el disfraz y la tramoya teatral, para el show embaucador nos impone la obligación de estar alertas, de no caer en el lugar común para describirlos, reconocerlos y denunciarlos, de promover el estudio científico del fenómeno y de combatirlo a partir del conocimiento pleno de sus fortalezas y sus debilidades.
            Hemos dicho que se trata de un monstruo de muchas caras. Sea cual sea el ángulo de nuestro enfoque, a sabiendas de que estaremos acotados por las exigencias epistémicas de un campo discursivo específico, es decir, sea en el ámbito académico, en el de la confrontación política directa o en el de la propaganda o la agitación, en cada uno de ellos hay que proceder con suma destreza teórico-práctica. Utilizando los recursos propios de cada uno de esos campos, hay que estudiarlos con sumo cuidado. Al efecto, creo que habría que distinguir, en términos bastante amplios, varios caras del monstruo.  El fascismo es una ideología, una variante extrema de la cosmovisión burguesa; es (ha sido y puede ser) un régimen, incluso un gobierno en particular; es un modo, un estilo de ejercer el poder y es también, por supuesto, un modo de hacer política.
            En la primera de las caras estamos ante doctrinas que postulan principios y valores determinados, como el corporativismo mussoliniano, el nacionalsocialismo nazi o el nacional-integrismo falangista español, que han sido sus concreciones históricas más conocidas y, además, las que más han influido en América. Otras variantes –ya en el plano de la organización política- menos conocidas, fueron la Guardia de Hierro en Rumania, la Unión Británica de Fascistas en Inglaterra, las Cruces Flechadas en Hungría, la Ustashi en Croacia, el Partido Popular Francés y Unión Nacional en Portugal.  La segunda cara sería la encarnación de esa doctrina en un régimen determinado. Tal vez el más nítido haya sido el del nazismo. La tercera vendría a ser cualquier régimen o gobierno que, a partir de un conjunto de ideas antidemocráticas, viole sistemáticamente los derechos humanos y ejerza el poder mediante la aplicación de prácticas terroristas. En América Latina, el modelo más representativo fue el de la dictadura de Pinochet en Chile. Esta última faceta es la que ha dado cabida a una designación tan amplia sobre el fenómeno fascista a nivel mundial. Como sabemos, fascismo se deriva de los facie di combatimento –brigadas de combate- que instituyó Mussolini para sus acciones de masas. Facio, del latín faci, es el haz que sostenía la unidad del Imperio Romano. Ese símbolo sirvió también como identificador icónico para el falangismo español y para sus congéneres latinoamericanos, Copei en Venezuela y la Democracia Cristiana en Chile, cuyo antecedente inmediato, la Falange, tenía como logo un haz de trigo, luego sintetizado –para evitar una identificación tan evidente- en una punta de flecha. Coincidencias sospechosas que desaparecieron por el desprestigio internacional del régimen franquista, con el cual la democracia cristiana mundial tuvo ingratas cercanías. Mediante este procedimiento lingüístico traslaticio, la palabra fascismo asume la inmensa carga semántica de todas las formas, tanto genealógicas como generatrices, de los regímenes de ultraderecha que violan en forma flagrante y extrema los derechos humanos. Esta circunstancia ha generado un justificado reclamo, en particular del ámbito académico. Se plantea que se estaría incurriendo en una errónea atribución taxonómica al sobrecargar polisémicamente el vocablo “fascismo”., con lo cual se corre el riesgo de tildar de fascista a todo régimen autoritario. El planteamiento se hace basándose en el principio de que todo vocablo o enunciado, y en particular aquellos que implican conceptos vinculados a cualquier área del saber, están marcados en su uso por las determinaciones propias del campo discursivo. Se trata de advertir, en este caso, sobre el uso del término, en las Ciencias Sociales, solo cuando se alude a un fenómeno a cuyo evento concurren solo un determinado conjunto de características que lo definen. Sin embargo, también hay que reconocer que en la jerga política de todo el mundo y, por supuesto, con mayor frecuencia, en el campo de la confrontación política contingente, la palabra “fascismo” se ha cargado en el uso cotidiano de una significación múltiple que ni las academias de la lengua ni los estudiosos de las ciencias sociales pueden obviar y, menos aún, desconocer. El criterio del uso, avalado por la palabra sabia de don Andrés Bello y por los estudios lexicológicos inobjetables de Ángel Rosenblat, siempre termina en estos ámbitos por ser decisorio. Para obviar ese riesgo, hay quienes prefieren usar “nazifascismo” para los casos históricos más nítidos, pero también se les objeta el hecho cierto de que, a pesar de algunos elementos comunes y de sus coincidencias estratégicas, no hay una identificación plena entre el fascismo italiano y el nazismo alemán. Otra fórmula, también riesgosa, y además confusionista, es aquella a la que acuden los que intentan taxonomías más ceñidas. Es el caso de José Ignacio López Soria en El pensamiento fascista (1930-1945), antología y estudio sobre el fascismo en el Perú, que distingue entre “fascismo aristocrático”, “fascismo mesocrático” y “fascismo popular”, atribuidos los dos primeros a José de la Riva Agüero y a Raúl Ferrero Rebagliati, y el último, a La Unión Revolucionaria. Y la otra, que ha tenido más aceptación y que es de uso frecuente entre políticos con formación académica, prefiere hablar de “neofascismo”, sobre todo en los casos de los regímenes subsidiarios y derivados que comparten rasgos básicos con los fascismos históricos, y más aún cuando se trata de movimientos o regímenes de las últimas décadas.
            Lo que sí me parece pertinente es distinguir entre el fascismo en el poder y el fascismo en la oposición. Lo señalo porque tanto la fórmula italiana como la alemana, que luego se ampliaron y tuvieron expresiones nacionales diferenciadas en casi toda Europa, fueron los dos modelos clásicos que marcaron la historia del fascismo mundial, pero, en cambio, los fascismos en la oposición son tan variados y específicos que, aunque comparten algunos elementos comunes, habría que hacer un estudio más a fondo para poder hablar con propiedad de los llamados “neofascismos”. Por ejemplo, en América Latina ha habido después de la Segunda Guerra Mundial algo así como ciclos de dictaduras militares, todas impuestas por el imperialismo norteamericano en el desarrollo de la estrategia de contención del comunismo implementada inicialmente por el gobierno de Truman y continuada consecuentemente por los gobiernos sucesivos hasta el evento de la Torres Gemelas de Nueva York, a partir de lo cual el “comunismo” se trasmuta como por arte de magia en “terrorismo”.  “De esa historia yo tengo un rollo”, como dice la voz del común.  Ya sabemos de qué se trata y, además, lo hemos vivido, mejor, lo hemos padecido y, sobre todo, lo siguen padeciendo los pueblos invadidos y masacrados de Afganistán, de Irak, de Libia y, ahora, ¡luchemos para que no sea así!, de Siria. Decíamos que en América Latina hubo, después de la Segunda Guerra, dos oleadas de dictaduras militares, la primera, en la década del 50 (Pérez Jiménez en Venezuela, Remón en Panamá, Rojas Pinilla en Colombia, Odría en Perú, Aramburu en Argentina, Batista en Cuba), y la segunda, en la década de  los 60 y los 70, después de la Revolución Cubana y, particularmente, del golpe en Chile contra el gobierno de la Unidad Popular (en Brasil, entre 1964 y 1985, los llamados “gorilas” Castello Branco, Costa e Silva, Garrastazu Medici, Geisel y Figuereido; en Argentina, entre 1966 y 1970, Onganía, y entre 1976 y 1982, Videla, Viola y Galtieri; en Uruguay, entre 1976 y 1984, Bordaberry, y en Chile, entre 1973 y 1900, Pinochet). Es evidente que, entre las dictaduras del primer ciclo y las del segundo hay diferencias notorias, entre otras cosas porque para borrar de la mente de todo un continente los malos ejemplos de la Revolución Cubana y la reincidencia del socialismo con Allende, se requería la implantación de algo más que una simple dictadura. Tal vez por eso es que se tiende a denominar a las dictaduras del segundo ciclo como regímenes fascistas y a los otros no. En general, podríamos decir que la calificación de fascista solo se aplica cuando, junto a la violación de los derechos humanos y la liquidación de la democracia burguesa, se incorporan ingredientes de la ideología más extremista del capitalismo en la conducción del Estado junto con los métodos terroristas más extremos contra todo el espectro político progresista y revolucionario. Esta es apenas una aproximación al problema. Sé que es un tema polémico y pienso que habría que someterlo a un examen más riguroso.
            Otra cosa es el fascismo en la oposición. Habría que analizarlo tanto por regiones como por etapas. En Europa, durante el período en que asumieron el poder los nazifascistas e, incluso, durante el desarrollo de la Segunda Guerra, el contagio fue mundial. El fascismo se expresó de múltiples formas. A nivel teórico y en el campo de la propaganda y la agitación, aunque minoritario, logró movilizar a grupos muy aguerridos de los sectores derechistas más cerriles. En Latinoamérica, especialmente en el cono Sur, y también en Brasil, tuvieron mucha presencia. Allí influyó, en gran medida, la inmensa inmigración europea, en Argentina básicamente italiana y en Chile, alemana. En Chile la confrontación fue muy violenta. Cuando salían en sus actos de masa los obreros de la FOCH, central obrera fundada por Luis Emilio Recabarren, y los grupos socialistas y comunistas, en actividades de propaganda, las brigadas fascistas –más bien, nazistas- provocaban enfrentamientos de extremada violencia. Hubo, incluso, una situación extrema, muy lamentable, cuando, el 5 de septiembre de 1938, 80 jóvenes de la juventud nazi, militantes del Movimiento Nacional Socialista de Chile, tomaron el edificio del Seguro Obrero, donde mataron a un carabinero y secuestraron a los empleados, y la sede de la Universidad de Chile, donde también secuestraron al rector. Gobernaba el famoso líder de la derecha populista, Arturo Alessandri Palma, y los nazis querían forzar una acción desestabilizadora para provocar un golpe de Estado. Ante la negativa de los tomistas de desalojar esos locales, las fuerzas armadas los redujeron y fusilaron a más 63. Este episodio, que aún se recuerda en Chile como algo inusitado en un país famoso por su institucionalidad democrática, ilustra bastante bien las características que asumía el fascismo en la oposición desde sus primeras incursiones en la vida política del continente. En Chile no existe la palabra “arrechera”, pero el talante es el mismo que los que la invocan hoy. El resultado es muy similar allá y aquí y en tiempos muy distantes:  enfrentamientos de gran violencia física de brigadas armadas, allá por las razones ya explicadas y aquí por el desconocimiento de las decisiones legítimas de las instituciones democráticas. ¿Es, pues, un exceso establecer una semejanza entre eventos tan distantes en el tiempo? ¿Es, acaso, un exceso llamar fascistas a estos políticos “arrechos” de hoy?  Si se sumara este caso, que dejó un saldo trágico de doce muertos y más de cien heridos, a los numerosísimos hechos de violencia verbal y física, de violación flagrante de la legalidad democrática y de acciones desestabilizadoras y terroristas en todo lo que va de siglo, los historiadores y los analistas políticos que siguen con atención lo que está pasando en nuestro país se quedarían cortos con el simple cognomento de fascista para el núcleo más agresivo de la oposición. A eso habría que sumarle su origen clasista, ligado a grandes empresas trasnacionales, su filiación ideológica inicial: “Religión, Familia y Propiedad” (¿se recuerdan de aquellos muchachitos, todos blancos y bien arregladitos, que distribuían volantes y folletos, a la salida de las misas domingueras, especialmente en Altamira? Y ¡qué curioso! A mí me recuerda al grupo de la ultraderecha fascista de la Universidad Católica de Chile, Patria y Libertad, dirigido por Jaime Guzmán, que cumplió en la campaña desestabilizadora contra Allende el mismo papel que estos “muchachos progresistas” antibolivarianos; el desprecio que sienten por nuestro pueblo, al que llaman “hordas chavistas”; el irrespeto a la persona del Presidente, a quien han llegado a nombrarle su madre y a auspiciar el magnicidio por diversos medios de comunicación; el golpe de Estado, que fracasó pero que acarreó el secuestro del Presidente durante dos días, la introducción en el poder del dirigente máximo de los empresarios vendepatria y la conculcación y desmantelamiento inmediato de toda la institucionalidad democrática; la ocupación, a partir del 22 de octubre de 2002, durante más de un año, de la plaza Altamira por grupos uniformados de oficiales de alto rango de las Fuerzas Armadas para promover una insurrección y pedir la renuncia del Presidente; los atentados dinamiteros contra varias embajadas extranjeras; una huelga petrolera,  dirigida por  la cúpula gerencial apátrida de Pdvsa, que paralizó durante más de un mes el corazón de la economía nacional; la introducción al país de un contingente de paramilitares colombianos para asesinar al Presidente; una guerra mediática implacable basada en la mentira, el escarnio de los funcionarios públicos, la generación perversa y morbosa de estados de desasosiego y miedo; las campañas desestabilizadoras basadas en el acaparamiento y la especulación de los productos de consumo masivo; la conexión  con los sectores y grupos más delirantes y desacreditados de la derecha mundial de Estados Unidos (léase “gusanera” de Miami), de Colombia (léase Uribe, la ultraderecha terrorista y su vástago preferido, los asesinos grupos paramilitares), de España (léase el fascista Partido Popular y el diario El País); el desconocimiento de todas las decisiones adversas –solo reconocen las que los favorecen-; la implementación de un mensaje equívoco que finge ser moderno, respetuoso de la legalidad democrática y amplio y cuyo caramelito empalagoso es el Progreso (¿sabrán ellos que ese era el lema sagrado de la oligarquía latinoaméricana decimonónica?). Esta incompleta, aunque suculenta lista, contiene apenas algunos de los ingredientes que deberían integrar el plato –evidentemente tóxico- que le ofrece esa oposición al pueblo venezolano. ¿Exageramos o estamos descarriados si los llamamos fascistas? Me atrevería, incluso, a proponer una nueva categoría a partir del caso venezolano. Yo la llamaría el fascismo vergonzante.
            Todo lo anterior me anima a esbozar algunas consideraciones finales. Solo son anotaciones que podrían servir de punto de partida para investigaciones y desarrollos más específicos y abarcadores.
            El fascismo nace y se desarrolla históricamente como respuesta radical y agresiva contra todo proceso revolucionario en auge, especialmente si éste es de signo marxista.
            Cuando los revolucionarios llegan al poder, el fascismo orienta toda su acción a liquidar ese gobierno, utilizando todos los medios a su alcance y, en particular, la violencia terrorista. Ejemplo: La contrarrevolución armada de toda Europa contra el poder soviético.
            Cuando los revolucionarios representan un peligro para el poder burgués, el fascismo  asume la hegemonía política para reprimir con violencia extrema a ese enemigo y para impedir que desplace a los capitalistas del poder. Ejemplo: Italia y la toma del poder por Mussolini; Alemania y el ascenso al poder de Hitler.
            En América Latina, cuando las fuerzas revolucionarias pueden tomar el poder, la alianza histórica de las oligarquías dependientes se moviliza e instala regímenes neofascistas para impedirlo, y cuando, ya en el poder, la revolución se convierte en “un mal ejemplo”, la contrarrrevolución actúa con extrema violencia e instala un régimen fascista que declara el exterminio del enemigo y gobierna con mano de hierro para impedir que renazca el enemigo o que se contagie a otros países esa nociva experiencia. Ejemplo: El golpe de Pinochet contra el gobierno de la Unidad Popular en Chile y el golpe frustrado en Venezuela contra la Revolución Bolivariana. Un dato que no amerita comentarios: apenas derrocado el presidente Allende, durante una alocución televisiva, el general Leigh, miembro de la Junta golpista, dijo que iban a “extirpar de raíz el cáncer marxista”.
            En resumen, el fascismo es la variante extrema, más radical, del capital monopólico internacional cuya función primordial es, en el sentido preventivo, tratar de detener o anular situaciones de auge revolucionario que pongan en peligro su hegemonía o, en el sentido curativo, conspirar para deponer gobiernos revolucionarios anticapitalistas. En ambos casos, sus procedimientos –fundados y legitimados por un cuerpo doctrinario de extrema derecha- se caracterizan por formas sumamente violentas que implican la violación flagrante de los derechos humanos, sociales y políticos consagrados por los organismos internacionales encargados de preservarlos. Sin embargo, estos organismos, diseñados, instalados y controlados por el polo imperialista dominante, funcionan solo cuando le conviene al hegemón imperial.
            En consecuencia, el fascismo no es un sistema económico-social diferente al sistema capitalista, sino su fachada más radical y extremista. Por eso, el fascismo es, en algunos casos, la vanguardia del capitalismo para enfrentar situaciones de auge revolucionario, y, en otros, su retaguardia para apoyar al sistema dominante cuando éste está en dificultades.
            De allí que no sea correcto tildar de fascista a todos los gobiernos de derecha, aún cuando éstos puedan ser muy represivos. Porque, al final, como término que se empieza a usar para todo, termina por perder su sentido específico y su fuerza simbólica y política. Ejemplo: la diferencia entre el gobierno de Pinochet y el de Piñera, en Chile. Lo mismo se aplica a los sistemas de pensamiento, a los movimientos sociales y a los partidos políticos. En tal sentido, no son lo mismo, aunque coincidan en muchas cosas, Acción Democrática y Copei que Primero Justicia.
            En definitiva, la insurgencia revolucionaria acarrea la emergencia contrarrevolucionaria del fascismo.
            En sentido estratégico, el fascismo intenta no solo impedir el acceso al poder de los sectores revolucionarios o de liquidar gobiernos establecidos, sino –en ambas direcciones- hace hincapié y procura, no solo que todo sea muy notorio, sino que se haga con métodos y procedimientos tan violentos y extremos como para que sirva de escarmiento y no quede ninguna duda de que, aunque haya que violar la legalidad democrática, lo volverían a ejecutar igual o peor si la situación lo justifica. Un ejemplo es la similitud entre el golpe de Estado en Indonesia contra el gobierno de Sukarno el 30 de septiembre de 1965, cuando se asesinó fríamente a seis generales, hubo entre quinientos mil a un millón de muertos y se exterminó casi totalmente a la militancia comunista, y el golpe contra Allende, con resultados muy parecidos. Estas escalofriantes semejanzas nos deben alertar sobre los riesgos que corren los procesos revolucionarios actuales en Nuestra América. Por eso, preservarlos y defenderlos son tareas primordiales de este momento histórico.  
            Aquí también hay un contingente neofascista que ha logrado hegemonizar la oposición a la Revolución Bolivariana. Nuestro reto es, primero conocerlo, estudiarlo, desnudarlo, denunciarlo y, en definitiva, neutralizarlo y aislarlo. En tal sentido, los nuevos historiadores tienen, entre otras tareas, además de rescatar y de reinterpretar el pasado, el reto de estudiar concienzudamente este fenómeno del presente y entregarnos herramientas para enfrentar con mayor seguridad al neofascismo, que es, en estrecha alianza con el gran imperio, el enemigo fundamental de nuestra democracia revolucionaria.
            Se supone que ese trabajo debería partir de un detallado estudio de las clases sociales en el país y de su evolución durante la Cuarta República hasta nuestros días. Y en particular, creo que es sumamente importante revisar el papel que han jugado y están jugando las capas medias en todo este trayecto histórico. Su correcta ubicación en el espectro doctrinario y político nacional ha sido y sigue siendo decisivo. No hay que perder de vista que el proceso revolucionario bolivariano se las juega en las urnas. Y que los ajustes tácticos del futuro inmediato dependen, en gran medida, del grado de compromiso ideológico y político de ese gran contingente social, que ha sido y sigue siendo presa fácil de las acechanzas de los sectores fascistizados de la derecha criolla. A propósito, todavía no logro explicarme la inexistencia de un espacio claramente definido de producción, debate y divulgación teórica, en el que puedan concurrir libremente todas las organizaciones e individualidades progresistas y revolucionarias para exponer y discutir las cuestiones esenciales que atañen al desarrollo y profundización de la Revolución Bolivariana. La experiencia nos demuestra que, sin un conocimiento amplio y cabal de la realidad nacional, es imposible avanzar con claridad de miras en los procesos de cambio revolucionarios. Espero que esta carencia, que implica una debilidad significativa en el frente teórico, se pueda resolver a corto plazo. El estado de cosas actual nos dice que es una exigencia de primerísima importancia, pues atañe a uno de los centros neurálgicos de toda revolución. Un descuido en tal sentido nos puede conducir, sin vuelta atrás, al barranco electoralista y, peor aún, a los despeñaderos del pragmatismo político. Aunque se está publicando y debatiendo mucho sobre temas internacionales, sobre las novedades aportadas por la experiencia venezolana y por la de otros países del continente y sobre aspectos históricos nacionales que estaban abandonados o mañosamente distorsionados por los ideólogos burgueses, hacen falta análisis de coyuntura, estudios específicos de la realidad nacional que inserten el estado actual de las cosas en el torrente de la crisis capitalista global.
            Una consideración final sobre algo que flota en el ambiente y, supongo, está en la mente de todos ustedes. Se trata de lo siguiente: si bien es cierto que la Revolución Bolivariana ha salido airosa en todos, menos en uno, de los eventos de consulta popular y que sigue teniendo ese apoyo, aunque con una merma preocupante, la contrarrevolución sigue siendo, más que un adversario leal, un enemigo de consideración. Un nuevo triunfo electoral de la revolución sería, sin duda, solo la disipación de la posibilidad del acceso al poder  de los neofascistas criollos, pero no su derrota total. Al respecto, hay que tener presente dos cosas: la primera es que su suelo social interno lo constituye la inconmovible aceptación de su mensaje por parte de amplios sectores fanatizados de las capas medias e, incluso, de trabajadores ganados para su causa mediante la intensa guerra mediática opositora; y la segunda es que su apoyo ideológico, político, mediático y financiero fundamental está afuera, en los centros hegemónicos del capitalismo. Lo previsible, a mi juicio, es que sus derrotas electorales en el futuro inmediato, no solo en Venezuela, sino en todo el continente, lo irán arrinconando cada vez más, pero, al mismo tiempo, lo pueden convertir en un núcleo más homogéneo y compacto y, por tanto, más peligroso. Y seguramente, como respuesta a la ampliación y consolidación –también previsible- del frente antiimperialista latinoamericano y caribeño, se hagan equivalentemente más agresivos  y arrecien, con asesoría y financiamiento externo, las acciones de sabotaje y de carácter terrorista. En ese caso, estaríamos ante un neofascismo ultraderechista de la más alta peligrosidad. Hay que prepararse, pues, para combatir contra un enemigo reducido y ávido de venganza, pero ahora mucho mejor apertrechados técnicamente que los facie de combatimento  originarios. En tanto enemigo del catastrofismo, espero estar equivocado. En todo caso, la mejor manera de derrotar al fascismo es ganar la batalla de las ideas. Nosotros contamos con varios contrafuegos muy importantes. Además del apoyo mayoritario de nuestro pueblo y el de los pueblos y gobiernos revolucionarios y progresistas del continente, disponemos de uno, de carácter disuasivo, que es la unidad cívico-militar. Pero si queremos disponer de un contrafuego mucho más eficiente y efectivo y que es además estratégico y preventivo, debemos hacer más esfuerzos aún para ampliar y fortalecer el de la conciencia. No lo descuidemos.

                                                                                                          Luis Navarrete Orta

                                                                                  Caracas, 25 de septiembre de 2013

martes, 19 de noviembre de 2013

LA VERDADERA GUERRA: IMPLICA A LAS MAYORIAS SIN ELLOS SABERLO. SE SIENTE EN LAS REACCIONES DIRIGIDAS POR LA MENTE MANIPULADA

 

martes, 5 de noviembre de 2013

LA VERDADERA GUERRA: IMPLICA A LAS MAYORIAS SIN ELLOS SABERLO. SE SIENTE EN LAS REACCIONES DIRIGIDAS POR LA MENTE MANIPULADA




Por: Javier Del Valle Monagas Maita

     No es el vecino escuálido, el pobre engañado, el pequeño empresario ni en dueño de una tienda. El enemigo de Venezuela. Es el manipulador, el inmoral ladrón, el asesino  que de por si se auto desprecia y desprecia a los demás. Ese falso positivo, que dice una cosa y hace otra. Ese ser despreciable que desconoce nacionalidad, patria, respeto, solidaridad, humanidad, agradecimiento y compasión. Ese es la verdadera amenaza para el pueblo. Por que de algo hay que estar claro. Amenazar al Venezuela, es amenazar a todos los pobres y clase media de esta nación. Estén o no de acuerdo con el proceso Bolivariano. Es que los únicos beneficiados del caos, muerte, desorden y carestía de las cosas básicas para la vida son unos poquísimos delincuentes enfermos y avaros imbéciles, desequilibrados mentales (sionistas judíos y católicos) que buscan tras la anarquía.  el control del poder político, económico y social del mundo. Los muy imbéciles juegan al caos total. Sin entender en su locura, que ese caos inevitablemente los arropará.
     En su poder esos enfermos, tienen personal científico, técnico y capacitado en diferentes áreas (amarrados por un sueldo basado en monedas inorgánicas y en lujos sin sentido real). Para alterar las condiciones normales del planeta y hasta influyen en las reacciones síquicas de muchos seres humanos. se valen de la inducción sicológica para impulsar subconscientemente reacciones no deliberadas. Y que obedecen a patrones de conducta, pre establecido por métodos de programación mental a través de diferentes medios.
     Cuando el benigno Fidel Castro dijo al gigante Chaves en su momento. “en Venezuela no hay 4 millones de oligarcas” se refería a que es imposible que en una nación colonizada desde todo punto de vista, sea imposible que exista tan cantidad de explotadores y beneficiarios del robo y saqueo del estado venezolano. Se refería Fidel, a que una gran masa de pobres y clase media de esta nación. Estaba utilizada y manipulada sicológicamente, por unos poquísimos zánganos ladrones y asesinos. Para hacer las labores de policías y ejércitos de ataque a si mismos y a sus compañeros de clase social, a cambio de míseros favores y pequeñas dadivas.
      Esos artistas que se presentan en los medios televisivos, radio y prensa, son en realidad marionetas que a cambio de favores elitezcas limitados, se prestan para aparentar una posible meta para otros que quieran vender su condición y su autoestima. No se trata aquí,  de decir que todos los artistas son de esa condición, pues tenemos ejemplos de muchos que jamás se sometieron al yugo opresor de los medios capitalistas, empezando por ALI PRIMERA, QUILAPAYUM. VICTOR JARA, JOAQUIN CONRRADO, MERCEDEZ SOSA, ETC…      En esta guerra nos quieren disociar:

disociar v. tr.
  Separar una cosa de otra con la que estaba unida. asociar.
  Separar los distintos componentes de una sustancia: para disociar una sustancia se utiliza fundamentalmente el calor y la electricidad.
  Romper una molécula o un ion en otras moléculas o iones más pequeños.
 v. prnl.
 disociarse Separarse una cosa de otra con la que estaba unida.
  Separarse los distintos componentes de una sustancia.
OBS Se conjuga como cambiar.
Es decir ponernos a los pobres y al pueblo en general unos contra otros, convertirnos en nuestros propios enemigos, para que nos devastemos internamente, mientras los interesados solo hacen cuentas y cálculos de ganancia.
     Tal vez Nicolás Maduro, no sea una maravilla sobreresaltante en el escenario político. O quizás si lo es.  Pero lo cierto de todo esto. Es que Nicolás representa la herramienta popular para el avance hacia nuevas etapas de libertad, soberanía e independencia.  Incluso hasta de paz y armonía del país ¿Que tiene defectos? Es humano, ¿Que tiene virtudes? Es humano. Pero es nuestra única vía para romper el esquema de dominación histórico universal de una clase envilecida y criminal que ha conducido a la humanidad a varias guerras mundiales, miles de guerras regionales y millones de genocidios.  Tan solo por hacer un reacomodo de sus malvados poderes sanguinarios y avaros.  Para tan  perversa finalidad, se valen: de religiones, presagios, caprichos, necesidades ficticias creadas, falsas rivalidades, fronteras artificiales, racismo, discriminación. Promoción de complejos de superioridad, de inferioridad, medios de comunicación  sectarios, programas de cine y televisión distorsionados y distorsionadores de la verdad y de la historia. En fin atacan directamente al sub consiente y consciente de la humanidad. En una alocada aventura por hacer del mundo un sitio de muchos esclavos y pocos amos.
      La guerra y ataque que viene contra Maduro, sus allegados y la revolución bolivariana, es una guerra contra el pueblo, la libertad, la venezolanidad y el amor fraternal y de convivencia. Detrás de todo ese mal están los que quieren tasar la vida y todas sus implicancias existenciales a los fines de impedir cualquier tipo de libertad ciudadana.  Para corroborar esta afirmación solo volteen la vista hacia Grecia, USA, Italia, España, Portugal, Chile, Panamá,  Colombia, Libia, Siria, Irak, Afganistán, Pakistán, México, etc.
   Sabemos y conocemos de muestra realidad y de los agentes enemigos dentro del proceso. Pero la guerra contra esas lacras, no implica demoler lo que hemos avanzado, ni facilitarle el camino al enemigo…
Facebook, Javier Monagas Maita
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sábado, 16 de noviembre de 2013

El Plan Colapso...Colapsó

                                       EL Plan Colapso…Colapsó


Las medidas tomadas por el gobierno heredero de Chávez y presidido por Nicolás Maduro  acompañado,  por el pueblo,  estremecieron los cimientos del capitalismo venezolano  y pusieron de “Chorros a Coliseo” a la descompuesta oposición venezolana.
El discurso de Nicolás Maduro durante la rueda de prensa con los medios de comunicación internacionales,   terminó por derrotar el fulano plan colapso desarrollado: mediante una Guerra Económica, de saboteos y obstruccionismo desde adentro, que sin escrúpulos ni consideraciones de ningún tipo, la oposición venezolana, postrada a los pies de la tarada oligarquía, ha implementado contra el pueblo de Venezuela.
Nicolás Maduro despejo todas mis dudas sobre el acierto que tuvo Hugo Chávez para recomendarlo como su sucesor...Nicolás se empinó sobre la historia y nos ha dado un lección de pulso político, de visión estratégica que no tiene nada que envidiarle a nuestro comandante...No es poca cosa lo que ha tenido que enfrentar Nicolás Maduro además de la propia desaparición física de un liderazgo americano original e inédito para el mundo, solo comparable con el de Simón Bolívar.
La desaparición imprevista y prematura de Hugo Chávez Frías pudo ser una tragedia irremediable para Venezuela y para el mundo...Nicolás Maduro "sin querer queriendo" con guante de seda y puño de hierro fue "domando" y dominando el potro salvaje de una historia encabritada que casi brinca la talanquera. Quienes alguna vez dudamos de la capacidad política de Nicolás Maduro, no nos queda otro camino más que rectificar y luchar por consolidar el triunfo electoral, así no nos gusten algunos candidatos a alcaldes y concejales. La revolución socialista está por encima e esto minúsculos personajes.
Aunque ahora algunos de estas y de aquellas, lumbreras de la politiquería,  andan diciendo que se trata de medidas electoreras con miras a las próximas elecciones. No se atreven a decir con claridad, lo que realmente piensan: que los empresarios no estaban especulando y utilizando,. Y que la utilización del  aumento injustificado de los precios para provocar incertidumbre, desconfianza en contra del gobierno, era para crear el ambiente propicio de un golpe de estado y en todo caso, si no les queda más remedio que ir a las elecciones,  crear descontento para restarle voto al gobierno. Se les cayó la máscara. Ahora todo el pueblo los ve en su total desnudez con todos sus malignos lunares a plena luz…
Difícilmente esta oposición que solo brilla por su torpeza, por su oportunismo, por su ruindad y ausencia de principios éticos, por su deshumanización y por su falta de un mínimo nacionalismo sano y progresista,  podrá recuperarse de esta derrota política que los ha dejado al descubierto frente a pueblo de Venezuela. Ni el rancio anticomunismo de la oligarquía criolla, ni el putrefacto neo fascismo internacional, con sus planes para saquear a todos los pueblos de la tierra y ocupar militarmente sus territorios, sus chantajes y  guerras sicológicas aterradoras,  podrán ocultar la verdadera faz de la oposición venezolana, cuya última farsa es la de hacerse pasar como chavistas revolucionarios, y hasta socialistas, amantes y defensores a ultranza de nuestra Constitución Bolivariana, después que la quemaron públicamente, la abolieron, la violaron. Se cagaron en el alma del Bolivarianismo y del Chavismo. Ahora,  como les dijo varias veces el Comandante Presidente “Vayan a lavarse ese palto”.
Aquí no tienen nada que buscar como no sea  contagiarse de la  epidemia de esa “peste negra del capitalismo”  que se extiende desde los EE.UU y EUROPA hacia el resto del mundo.
 Es cierto todavía falta mucho por hacer pero le hemos propinado una derrota política de cierta envergadura, y no encuentran qué hacer con ella. Por lo pronto aparecen como defensores de los especuladores y acaparadores, culpan a Nicolás Maduro por las compras nerviosas y hasta de la desesperación de la gente, que hace  colas, por comprar a precios justos. De arruinar a los comerciantes y de utilizar las medidas contra la guerra económica, como parte de la campaña electoral para el 8D...
No son mas brutos porque no ponen huevos ni se alborotan para que un gallo las pise...


Jose Machete.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Frank Fanon Los Condenados de La tierra



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MensajePublicado: Lun Nov 11, 2013 5:54 am    Título del mensaje:Responder citando Editar/Borrar este mensaje Borrar este mensaje Reportar Mensaje

Los Condenados de la Tierra

FRANK FANON




Cita:
Prologo Al Libro De Frantz Fanón “Los Condenados De La Tierra”
Prologo Al Libro De Frantz Fanón “Los Condenados De La Tierra”

Cuando un (explotado de las colonias) escucha un discurso sobre la cultura occidental, saca su machete o por lo menos se asegura que lo tiene al alcance de la mano”. La constatación la hace Fanón, en su libro “Los condenados de la tierra”, próximo a aparecer en castellano (F. C. E.) con prólogo de J. P. Sartre, que “Liberación” da a conocer en este número. Este trabajo fue redactado en setiembre de 1981, cuando la energía revolucionaria del pueblo argelino engendraba su réplica reaccionaria más virulenta en los “ultras” fascistas, en el golpismo de los generales, en la desesperación de la derecha. Cuando los comandos de la CAS ametrallaban a musulmanes en las colas de los ómnibus. Cuando “el sol de la tortura estaba en el zenit”, como dice Sartre. Cuando barrios enteros eran incendiados, bombardeados, pulverizados.
Pero también, cuando la unidad popular en torno al ejército de liberación era más firme y más insoslayable que nunca, para los que pretendían engañarse con la imagen de “bandoleros” y “bandidos” que ponían en peligro la sabia contribución de la cultura francesa. A esta cultura, ya lo vemos, se respondía con el machete; con la organización, con el coraje. Un pueblo en armas se daba su propia humanidad, que no era sino violencia revolucionaria contra la violencia colon al. Restauración del suelo nacional, destrucción del ejercito ocupante.
Se representaba, entonces, el último acto de un proceso histórico que había disfrazado la expoliación de las colonias con los brillantes barnices de los valores liberales. Estos valores valen, como se sabe, en tanto los liberales son fuertes. Y la eliminación de la base económica y política de éstos hace que aquéllos se conviertan en hoja-libertad-igualdad-fraternidad y racismo coloniales. Es rasca, en “basura histórica”. Este es el hilo conductor del prólogo apasionado que Sartre coloca a la cabeza del libro de Frantz Fanón. Sartre quiere desmistificar. Muchos siglos de cultura en la metrópolis y explotación en la colonia, hombre universal y hombre subdesarrollado, demasiado. Sartre explica a los burgueses de su país el fundamento violento de la cultura europea, cuyos supuestos valores (de vigencia episódica ya transcurrida) no pueden alcanzar a absorber el sufrimiento vivido de una clas3 de hombres a los que se les niega su humanidad. Y cuando la violencia colonial es un estado natural en que el argelino nace, vive, sufre, sólo una violencia equiparable (la propia revolución) restituye al explotado colonial en su tierra, en su pueblo, en sí mismo. Liberales, no se asusten del furor popular —les dice—; no inventaron ellos la violencia, la llevamos nosotros y ahora nos la devuelven, para ;ser hombres contra sus explotadores. Porque quieren entrar definitivamente en la Historia.
Ahora bien, esta irrupción de los pueblos coloniales a la definitiva Historia —característica principalísima de la posguerra— debe efectuarse, según las tesis de Fanon, como una aceleración creciente de los objetivos, marginando las gestiones dilatorias de las burguesías locales, bajo un signo claro y preciso: el socialismo. Fanon desenmascara las corrientes burguesas de los partidos nacionalistas que aún en plena etapa revolucionaria, vacían a esta acción de contenidos concretos sustituyéndola con ambiguos programas de independencia nacional e improvisación en el terreno económico. Las masas, dice, deben perseverar en el mantenimiento de la democracia interna de los movimientos revolucionarios, sustrayéndose a la tutela del “líder” y sobre todo, no dando oportunidades a las “élites” burguesas conciliadoras de afirmarse en el poder. En los países coloniales, las burguesías no pueden ofrecer un desarrollo creador de la nación, como sus similares europeas tuvieron oportunidad de hacerlo en el pasado. El socialismo revolucionario es el destino de los movimientos de liberación.
En el contexto de las guerras coloniales, realizadas en países donde la magnitud de la miseria golpea con mayor ferocidad a las masas campesinas, que coexisten con reducidos sectores del proletario y clases urbanas, determina Fanon que el motor de la revolución, el elemento dinámico más radicalizado es el campesinado. Su teoría de la violencia arranca de la comprobación de que estos grandes grupos pauperizados, nada acostumbrados a las mediaciones y al tipo de contacto con la burguesía propio del sindicalismo urbano, arrastran a estos y a toda la nación a una lucha sin tregua hasta la expulsión total del colonialismo. Es, también, una comprobación de facto de la revolución argelina.
Y cuando Sartre defiende la violencia argelina lo hace en el marco de la violencia reaccionaria desatada por la derecha en pleno territorio francés. La unión del pueblo argelino provoca la desunión del pueblo francés, dice. La estropeada guerra colonial ha producido una. transfusión de rabia, de impotencia acumulada que se vuelca en la metrópolis misma. Y entonces viene la hora del balance: la responsabilidad conjunta por la pasividad frente a la aniquilación de un número intolerable de víctimas. La confusión política derivada de las maniobras del Gran Hechicero De Gaulle, la hipocresía de la intelectualidad liberal, la ineficacia y las dilaciones de la política de izquierda.
El hecho irrevocable, está ahí. Con el limitado apoyo que contaba, con su poderosa energía, el pueblo argelino se ha liberado del opresor colonial. La evolución del movimiento está abierta a una superación continua de sus fines. A una trascendencia incesante. El africano Frantz Fanon lo dice bien claro: “La movilización de Jas masas, cuando se realiza con ocasión de la guerra de liberación, introduce en cada conciencia la noción de causa común, de historia nacional, de historia colectiva… Durante el período colonial, se invita al pueblo a luchar contra la opresión. Después de la liberación nacional, se lo invita a luchar contra la miseria, el analfabetismo, contra el subdesarrollo. Se afirma: la lucha continúa. El pueblo verifica que la vida es un combate interminable”.

Jose Sazbon
NO hace mucho tiempo, la Tierra contaba dos mil millones de habitantes, digamos quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado. Entre éstos y aquéllos, reyezuelos vendidos, feudales, una falsa burguesía bien puesta, servían de intermediarios. En las colonias la verdad se mostraba desnuda; las “metrópolis” la preferían vestida; hacía falta que el indígena las amara. Como madres, de alguna manera. La “élite” europea acometió la fabricación de una “élite” de indígenas; se seleccionaban adolescentes, se les marcaba en la frente, al rojo vivo, los principios de la cultura occidental; se rellenaban sus bocas con mordazas sonoras, grandes términos pastosos adherían a los dientes; después de una breve temporada en la metrópoli, se los devolvía a sus casas, trucados. Estas mentiras vivientes ya no decían, nada a sus hermanos: ellas resonaban; desde París, Londres, Amsterdam, lanzábamos nosotros las palabras “¡Partenón! ¡Fraternidad!” y en algún lugar de África, de Asía, los labios se abrían: “¡…tenón!¡… nidad!”. Era la edad de oro.
Eso terminó: las bocas se abrieron solas; las voces negras y amarillas hablaban aún de nuestro humanismo, pero era para reprocharnos nuestra inhumanidad. Nosotros escuchamos sin desagrado esas corteses muestras de amargura. Primero fue una orgullosa admiración: ¿cómo? ¿Hablan ellos enteramente solos? ¡Fíjense lo que hemos hecho de ellos! No dudábamos nosotros que aceptasen nuestros ideales, puesto que nos acusaban de no serles fieles; esta vez Europa creyó en su misión: ella había helenizado a los asiáticos, creado esta especie nueva: los negros grecolatinos. Y agregamos, por completo entre nosotros, prácticos: y además, dejemos que griten, eso los tranquiliza; perro que ladra no muerde.
Vino otra generación, que desplazó la cuestión. Sus escritores, sus poetas, con una paciencia increíble trataron de explicarnos que nuestros valores mal pegaban con la verdad de su vida, que ellos no podían ni rechazarles enteramente, ni asimilarlos. Gruesamente, eso quería decir: ustedes hacen monstruos de nosotros, vuestro humanismo nos pretende universales y vuestras prácticas racistas nos particularizan. Nosotros les escuchamos, muy contrariados; a los administradores coloniales no se les paga para leer a Hegel, tanto más cuanto que no lo leen mucho, pero tampoco tienen necesidad de ese filósofo para saber que las conciencias desdichadas se enriedan en sus propias contradicciones. Eficacia nula. Perpetuemos, pues, su desgracia, de allí no saldrá sino aire. Si hubiera en sus gemidos, nos decían les expertos, la sombra ce una reivindicación, ella sería la integración. Ni qué hablar de acordarla, por supuesto: se arruinaría el sistema, que descansa, como ustedes saben, en la sobre-explotación. Pero bastaría mantener delante de sus ojos, esa zanahoria: ellos galoparían. En cuanto a rebelarse, estábamos bastante tranquilos: ¿qué indígena conciente iría a masacrar a los hermosos hijos de Europa con el único fin de llegar a ser europeo como ellos? En una palabra, nosotros fomentábamos esas melancolías y no encontrábamos mal, cierta vez, descernir el premio Goncourt a un negro: era antes del 39.
1961. Escuchen: “No perdamos el tiempo en estériles letanías o en mimetismos nauseabundos. Dejemos a esta Europa que no cesa de hablar del hombre al mismo tiempo que lo masacra en cualquier parte que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todas las esquinas del mundo. He aquí los siglos… que en nombre de una pretendida «aventura espiritual», ella asfixia a la cuasi-totalidad de la humanidad”. Este tono es nuevo. ¿Quién se anima a asumirlo? Un africano, hombre del Tercer Mundo, antiguo colonizado. Agrega él: “Europa adquirió tal velocidad loca, desordenada… que va hacia abismos de los cuales más vale apartarse”. Dicho de otra manera: ella se va al diablo. Una verdad no muy agradable de decir pero de la cual, en nuestro interior, —¿no es así, mis queridos co-continentales?— estamos todos convencidos.
Es preciso una reserva, sin embargo. Cuando un francés, por ejemplo, dice a otros franceses: “¡Nos vamos todos al diablo!” —lo que en mi conocimiento se produce casi todos los días desde 1930— es un discurso pasional, ardiente de rabia y amor, el orador se arroja al agua con todos sus compatriotas. Y además, él agrega generalmente: “a menos que…” Se ve de qué se trata: no hay que cometer un error; si sus recomendaciones no son seguidas al pie de la letra, entonces y sólo entonces el país se desintegrará. En una palabra, es una amenaza seguida de un consejo, y estas opiniones chocan tanto menos como que brotan de la intersubjetividad nacional. Por el contrario, cuando Fanon dice de Europa que corre a su pérdida, lejos de dar un grito de alarma, propone un diagnóstico. Este médico no pretende ni condenarla sin remedio —se han visto milagros— ni darle los medios para curarse: él constata que ella agoniza. Desde afuera, basándose en los síntomas que ha podido recoger. En cuanto a curarla, no: él tiene otras preocupaciones en la cabeza; que ella reviente o sobreviva, tanto le da. Por esta razón, su libro es escandaloso; Y si ustedes murmuran, divertidos y molestos: “¡Qué es lo que nos propone”, la verdadera naturaleza del escándalo se les escapa: pues Fanon no les “propone” absolutamente nada; su obra —tan ardiente para otros— para ustedes permanece helada; en ella se habla a menudo de ustedes, a ustedes nunca. Se terminaron los Goncourt negros y los Nobel amarillos: ya no volverá más la época de los colonizados laureados. Un ex-indígena “de lengua francesa” adapta esta lengua a nuevas exigencias, la usa dirigiéndose sólo a los colonizados: “Indígenas de todos los países subdesarrollados, ¡unios!”. Qué decadencia: para los padres, nosotros éramos los únicos interlocutores; los hijos ya no nos tienen siquiera por interlocutores válidos: nosotros somos los objetos del discurso. Por supuesto, Fanon menciona al pasar nuestros crímenes famosos, Sétif, Hanoi, Madagascar, pero no se da el trabajo de condenarlos: los utiliza. Si desmonta las tácticas del colonialismo, el juego complejo de las relaciones que unen y oponen los colonos a los “metropolitanos” es para sus hermanos; su fin es enseñarles a burlarnos.
Resumiendo, el Tercer Mundo se descubre y se habla por esta vez. Se sabe que no es homogéneo, y que allí se encuentran aún pueblos avasallados, otros que adquirieron una falsa independencia, otros que luchan por conquistar su soberanía, otros, en fin, que han ganado la plena libertad pero que viven bajo la amenaza constante de una agresión imperialista. Estas diferencias son nacidas de la historia colonial, esto quiere decir de la opresión. Aquí la metrópoli se contentó con mantener a algunos feudales: allí, dividiendo para reinar, ha fabricado una bien puesta burguesía de colonizados; en otros lugares ha hecho un juego doble: la colonia es a la vez de explotación y de poblamiento. Así Europa ha multiplicado las divisiones, las oposiciones, ha forjado clases y a veces racismos, intentado por todos los expedientes provocar y acrecentar la estratificación de las sociedades colonizadas. Fanon no disimula nada: para luchar contra nosotros, la antigua colonia debe luchar contra sí misma. O más bien los dos hacen solo uno. En el fuego del combate, todas las barreras inferiores deben fundirse, la impotente burguesía de “affairistas” y compradores, el proletariado urbano, siempre privilegiado, el lumpenproletariat de los suburbios, todos deben alinearse sobre las posiciones de las masas rurales, verdadera reserva del ejército nacional y revolucionario; en esas comarcas cuyo colonialismo ha deliberadamente frenado el desarrollo, el campesinado cuando se rebela aparece muy pronto como la clase radical: él conoce la opresión desnuda, él la sufre mucho más que los trabajadores de las ciudades y, para impedir que se muera de hambre es preciso nada menos que un estallido de todas las estructuras. Que la Revolución triunfe, y ella será socialista; que se detenta su impulso, que la burguesía colonizada tome el poder y el nuevo Estado, a despecho de una. soberanía formal, permanece en las manes de los imperialistas. Es lo que ilustra muy bien el ejemplo de Katanga. Así la unidad del Tercer Mundo no está hecha: es una empresa en curso que pasa por la unión, en cada país, antes como después de la independencia, de todos los colonizados bajo el comando de la clase campesina. He aquí lo que Fanon explica, a sus hermanos de Africa, de Asia, de América Latina: nosotros realizaremos todos juntos y en todas partes el socialismo revolucionario o seremos derrotados uno a uno por nuestros antiguos tiranos. El no disimula nada; ni las debilidades, ni las discordias ni las mistificaciones. Aquí el movimiento adquiere un mal comienzo; allá, luego de fulminantes éxitos, ha perdido el ritmo; en otras partes se ha detenido: si se quiere que lo retome, es preciso que los campesinos arrojen su burguesía al mar. El lector es puesto severamente en guardia contra las alineaciones más peligrosas: el líder el culto de la persona, la cultura occidental y, tanto más, el retomo del lejano pasado de la cultura africana: la verdadera cultura es la Revolución; esto quiere decir que ella se forja en caliente. Fanon habla en voz alta; nosotros los europeos, podemos escucharlo: la prueba es que ustedes tienen este libro entre sus manos; ¿no teme él que las potencias coloniales aprovechen su sinceridad?
No. El no teme nada. Nuestros procedimientos están perimidos. pueden a veces retardar la emancipación; no la detendrán. Y no imaginemos que podremos reajustar nuestros métodos: el neo colonialismo, ese sueño perezoso de las metrópolis, es puro viento; las “Terceras Fuerzas” no existen o bien son las “burguesías-bidones” que el colonialismo ha puesto ya en el poder. Nuestro maquiavelismo tiene pocos asideros en este mundo bien despierto que ha despistado a nuestras mentiras, unas tras otras. El colono sólo tiene un recurso: la fuerza, cuando le queda; el indígena sólo una elección: la servidumbre o la soberanía. ¿Qué puede hacerle a Fanon que ustedes lean o no esta obra? Es a sus hermanos a quienes denuncia nuestras viejas astucias, seguro de que no tenemos otras de repuesto. Es a ellos a quienes dice: Europa ha metido las patas en nuestros continentes, hay que cortárselas hasta que las retire; el momento nos favorece; nada ocurre en Bizerta, en Elisabethville, en los desiertos argelinos, que la Tierra entera no esté informada; los bloques toman partidos contrarios, se respetan; aprovechemos esta parálisis, entremos en la historia y que nuestra irrupción la vuelva universal por primera vez; luchemos: a falta de otras armas, bastará la paciencia del cuchillo.
Europeos, abran este libro, entren en él. Después de algunos asos en la noche verán a extranjeros reunidos en torno a un fuego, aproxímense, escuchen: ellos discuten la suerte que les reservan a vuestras factorías, a los mercenarios que las defienden. Los verán a ustedes tal vez, pero continuarán hablando entre ellos, sin bajar la voz siquiera. Esta indiferencia golpea al corazón: los padres, criaturas de la sombra, vuestras criaturas, eran almas muertas, ustedes les dispensaban la luz, ellos no se dirigían sino a ustedes, y ustedes no se tomaban el trabajo de responder a esos zombis. Los hijos los ignoran: un fuego los ilumina y los caldea, que no es el vuestro. A distancia respetuosa, ustedes se sentirán furtivos, nocturnos, ateridos; a cada uno su turno; en esas tinieblas de donde va a surgir otra aurora, los zombis son ustedes.
En ese caso, dirán ustedes, tiremos esta obra por la ventana. ¿Para qué leerla, puesto que no está escrita para nosotros? Por dos motivos, de los cuales el primero es que Fanon les explica a sus hermanos y desmonta para ellos el mecanismo de nuestras alienaciones: aprovechen ustedes para descubrirse a sí mismos en su verdad de objetos. Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus hierros: es lo que vuelve a su testimonio irrefutable. Basta que nos muestren lo que hemos hecho de ellas para que nosotros conozcamos lo que hemos hecho de nosotros. ¿Es esto útil? Sí, puesto que Europa está en gran peligro de reventar. Pero, dirán ustedes todavía, nosotros vivimos en la metrópolis y reprobamos los excesos. Es cierto: ustedes no son colonos, pero no valen ustedes más. Son vuestros pioneros, ustedes los han enviado, en ultramar, ellos les han enriquecido; ustedes les habían prevenido: si hacían correr mucha sangre, ustedes los desautorizarían de labios afuera; de la misma manera un Estado —cualquiera sea— mantiene en el exterior una turba de agitadores, provocadores y espías a los que desautoriza cuando se los prende. Ustedes, tan liberales, tan humanos, que levantan el amor de la cultura hasta el preciosismo, ustedes fingen olvidar que poseen colonias y que allí se masacra en vuestro nombre. Fanon revela a sus camaradas —a algunos de ellos, sobre todo, que siguen siendo algo demasiado accidentalizados— la solidaridad de los “metropolitanos” y de sus agentes coloniales. Tengan el coraje de leerlo: por esta primera razón, que les dará vergüenza y que la vergüenza, como dijo Marx, es un sentimiento revolucionario. Ya ven: yo tampoco puedo desprenderme de la ilusión subjetiva. Yo también, les digo: “Todo está perdido, a menos que…”. Europeo, robo el libro de un enemigo y hago de él un medio para curar a Europa. Aprovéchenlo.
Esta es la segunda razón: si dejan de lado la Y charla fascista de Sorel, encontrarán que Fanon es el primero desde Engels en recolocar en la luz a la partera de la historia. Y no vayan a creer que una sangre muy ardiente o que desgracias de la infancia le hayan dado por la violencia no sé qué gusto singular: él se hace intérprete de la situación, nada más. Pero
esto basta para que constituya, etapa por etapa, la dialéctica que la hipocresía liberal les oculta y que nos ha producido a nosotros tanto como a él.
En el siglo pasado, la burguesía tuvo a los obreros por envidiosos, desarreglados por groseros apetitos, pero tuvo cuidado de incluir a esos grandes brutos en nuestra especie: a menos de ser hombres y libres cómo podrían ellos vender libremente su fuerza de trabajo. En Francia, en Inglaterra, el humanismo se pretende universal.
Con el trabajo forzado, es todo lo contrario: nada de contrato; y además de esto, es preciso intimidar; luego, la opresión se muestra. Nuestros soldados, en ultramar-rechazando el universalismo metropolitano, aplican al género humano el numeras clausus: puesto que nadie puede sin crimen despojar a su semejante, avasallarlo o matarlo, ellos asientan como principio que el colonizado no es el semejante del hombre. Nuestras fuerzas punitivas han recibido la misión de cambiar esta abstracta certidumbre en realidad: se ha dado orden de rebajar a los habitantes del territorio anexado al nivel de los monos superiores para justificar que el colono los trate como bestias de carga. La violencia colonial no se da solamente por fin el mantener respetuosos a estos hombres avasallados, ella busca deshumanizarlos. Nada será ahorrado para liquidar sus tradiciones, para substituir nuestras lenguas a las suyas, para destruir su cultura sin darles la nuestra; se los embrutecerá de fatiga. Desnutridos, enfermos, si aún resisten, el miedo terminará la tarea: los fusiles apuntan al campesino; vienen civiles que se instalan sobre su tierra y lo constriñen por el látigo a cultivarla para ellos. Si resiste, los soldados tiran, es un hombre muerto; si cede, se degrada, ya no es un hombre; la vergüenza y el temor van a fisurar su carácter, a desintegrar su persona. El asunto es llevado a tambor batiente por los expertos: no es de hoy día que datan los “servicios psicológicos”. Ni el lavado de cerebro. Y sin embargo, a pesar de tantos esfuerzos, el fin no es alcanzado en ninguna parte: en el Congo, donde se cortaban las manos a los negros, no más que en Angola, donde recientemente se perforaba los labios de los descontentes para cerrarlos con candados. Y yo no pretenda que sea imposible cambiar a un hombre en bestia: yo digo que no se alcanza eso sin debilitarlo considerablemente; los golpes no bastan nunca-, es preciso insistir, sobre la desnutrición. Es un fastidio con la servidumbre: cuando se domestica a un miembro de nuestra especie se disminuye su rendimiento, y, por poco que se le dé un hombre de corral termina por costar más de lo que produce. Por esta razón los colonos están obligados a de tener el adiestramiento a mitad de camino: el resultado ni hombre ni bestia, es el indígena. Golpeado, subalimentado, enfermo, amedrentado, pero hasta un cierta punto solamente, él tiene —negro, amarillo o blanco-siempre los mismos rasgos de carácter: es un perezoso taimado y ladrón, que vive de nada y sólo conoce la fuerza.
Pobre colono: he aquí su contradicción puesto al denudo. El debería, como según se dice, hace el genio, matar a los que pilla. Ahora bien, esto no es posible: ¿no es preciso, también, que los explote? Falto de impulsar la masacre hasta el genocidio, y la servidumbre hasta el embrutecimiento, él pierde los pedales, la operación se invierte, una implacable lógica lo conducirá hasta la descolonización.
No en seguida. Primero, el europeo reina: él ya ha pedido pero no se da cuenta de ello; él no sabe aún que los indígenas son falsos indígenas: él, si le escuchamos les hace mal para destruir o para rechazar el mal en ellos tienen en sí mismos; al cabo de tres generaciones sus perniciosos instintos no renacerán más. ¿Que instintos? ¿Los que impulsan a los esclavos a masacrar amo? ¿Cómo no reconoce su propia crueldad vuelta contra él? El salvajismo de estos campesinos oprimidos, ¿como no lo reencuentra él en su salvajismo de colono que ellos han absorbido por todos los poros y del cual no se curan? La razón es simple: este personaje imperiosa enloquecido por su todopoderío y por el miedo de perderlo, ya no recuerda bien que él ha sido un hombre: se toma por un látigo o por un fusil; ha llegado a creer que la domesticación de las “razas inferiores” se obtiene por el condicionamiento de sus reflejos. El descuida la memoria humana, los recuerdos imborrables; y además, sobre todo, hay esto que tal vez no supo nunca: nosotros no llegamos a ser lo que somos más que por la negación íntima y radical de lo que se ha hecho de nosotros. ¿Tres generaciones? Desde la segunda, apenas abiertos los ojos, los hijos han visto que se golpeaba a sus padres. En términos de psiquiatría, helos aquí “traumatizados”. Para toda la vida. Pero estas agresiones sin cesar renovadas, lejos de llevarlos a someterse, los arrojan en una contradicción insoportable de la cual el europeo, tarde o temprano, recuperará los gastos. Después de esto, que se los adiestre a su turno, que se les enseñe la vergüenza, el dolor y el hambre: no se suscitará en sus cuerpos más que una rabia volcánica cuya potencia es igual a la de la presión que se ejerce sobre ellos. ¿Ellos no conocen, dicen ustedes, más que la fuerza? Por supuesto; primero será sólo la del colono, y, pronto, sólo la suya, esto quiere decir: la misma rebrotando sobre nosotros como nuestro reflejo viene del fondo de un espejo a nuestro encuentro, No se equivoquen; por este loco malhumor, por esta bilis y esta hiél, por su deseo permanente de matarnos, por la constricción permanente de músculos poderosos que temen desanudarse, ellos son hombres: por el colono, que los quiere hombres apenados, y contra él. Ciego aún, abstracto, el odio es su único tesoro: el Amo lo provoca porque busca embrutecerlos, fracasa en quebrarlo porque sus intereses lo detienen a mitad de camino; así los falsos indígenas son humanos aún, por la potencia y la impotencia del opresor que se transforman, en ellos, en un rechazo empecinado de la condición animal. Por lo demás, se comprende; ellos son perezosos, por supuesto: se trata de sabotaje. Taimados, ladrones: caramba, sus menudos robos marcan el comienzo de una resistencia todavía no organizada. Esto no alcanza: hay quienes se afirman arrojándose con las manos vacías contra los fusiles; son sus héroes; y otros se hacen hombres asesinando europeos. Se los derriba: bandidos y mártires, su suplicio exalta a las masas aterradas.
Aterradas, sí: en este nuevo momento, la agresión colonial se interioriza en Terror en los colonizados. Por esto no entiendo solamente el temor que sienten frente a nuestros inagotables medios de represión, sino también el que les inspira su propio furor. Están arrinconados entre nuestras armas que les apuntan y esas espantosas pulsiones, esos deseos de asesinato que suben desde el fondo de los corazones y que no siempre reconocen: pues no es primero su violencia, es la nuestra, de vuelta, la que crece y los desgarra; y el primer movimientos de estos oprimidos es ocultar profundamente esa cólera inconfesable que su moral y la nuestra re-prueban y que no es sin embargo, más que el último reducto de su humanidad, Lean a Fanón: sabrán que, en la época de su impotencia, la locura asesina es el inconsciente colectivo de los colonizados.
Esto furia contenida, al no estallar, gira en redondo y arrasa a los mismos oprimidos. Para liberarse de esta, llegan a masacrarse entre ellos: las tribus luchan unas contra otras, a falta de poder enfrentar al enemigo verdadero —y ustedes pueden contar con la política colonial para mantener sus rivalidades; el hermano, al levantar el cuchillo contra su hermano, cree destruir, de una vez por todas, la detestada imagen de su común envilecimiento. Pero estas víctimas expiatorias no apaciguan su sed de sangre; ellos no se impedirán marchar contra las ametralladoras más que haciéndose nuestros cómplices; esta deshumanización que rechazan, ellos quieren de por sí acelerar el progreso. Bajo los ojos divertidos del colono, ellos se prevendrán contra sí mismos por medio de barreras sobrenaturales, ya reanimando viejos mitos terribles, ya ligándose por ritos meticulosos: así el obseso escapa a su exigencia profunda infligiéndose manías que lo requieren a cada momento. Bailan: eso los ocupa; eso desanuda sus músculos dolo-rosamente contraidos, y además la danza imita en secreto, a menudo sin que lo sepan, el NO que no pueden decir, las muertes que no se animan a cometer. En ciertas regiones, usan este último recurso: la posesión.
De lo que antes era el hecho religioso en su simplicidad, una cierta comunicación del fiel con lo sagrado, ellos hacen un arma contra la desesperación y la humillación: los “zars”, los “loas”, los santos de la santería descienden en ellos, gobiernan su violencia y la derrochan en trances hasta el agotamiento. Al mismo tiempo estos altos personajes los protegen: esto quiere decir que los colonizados se defienden de la alienación colonial encareciendo la alienación religiosa. Con este único resultado, al fin de cuentas, que acumulan las dos alienaciones y que cada una se refuerza con la otra. Así, en ciertas psicosis, cansados de ser insultados todos los días, a los alucinados se les ocurre un buen día escuchar una voz de ángel que los cumplimenta; los quodlibetos no terminan ahí: en adelante alternarán con las felicitaciones. Es una defensa y es el fin de su aventura: la persona está disociada, el enfermo se encamina hacia la demencia. Agreguen, para algunos infortunados rigurosamente seleccionados, esa otra posesión de la que hablé más arriba: la cultura occidental. En su lugar, dirán ustedes, me gustarían más mis “zars” que la Acrópolis. Bien: han comprendido. No del todo sin embargo, ya que ustedes no están en su lugar. No todavía. Si no, ustedes sabrían que ellos no pueden elegir: acumulan. Dos mundos, esto hace dos posesiones: se baila toda la noche, al amanecer se apresuran en las iglesias para escuchar la misa; de día en día la hendidura se acrecienta. Nuestro enemigo traiciona a sus hermanos y se hace nuestro cómplice; sus hermanos harán otro tanto. El indígena es una neurosis introducida y mantenida por el colono en los colonizados con su consentimiento.
Reclamar y renegar, al mismo tiempo, la condición humana: la contradicción es explosiva. Y lo bien que ella explota, ustedes lo saben como yo. Y nosotros vivimos en épocas de deflagración: que el ascenso de nacimientos acreciente la escasez, que los recién venidos tengan un poco más de miedo de vivir que de morir, el torrente de la violencia arranca todas las barreras. En Argelia, en Angola, a los europeos se los masacra a la vista. Es el momento del boomerang, el tercer tiempo de la violencia: ella vuelve sobre nosotros, nos golpea y, no menos que otras veces, no comprendemos que es el nuestro. Los “liberales” permanecen atontados: reconocen que no éramos muy educados con los indígenas, que hubiera sido más justo y más prudente acordarles algunos derechos en la medida de lo posible; ellos no pedían más que admitirlos por hornadas y sin padrino en ese club tan cerrado, nuestra especie: y he aquí que ese desencadenamiento bárbaro y loco los elude tan poco como a los malos colonos. La Izquierda Metropolitana está molesta: ella conoce la verdadera suerte de los indígenas, la opresión sin misericordia de que han sido objeto, ella no condena su rebelión, sabiendo que lo hemos hecho todo para provocarla. Pero aún así, piensa ella, hay límites: estos guerrilleros deberían desear ser caballerescos; ese sería el mejor medio de probar que son hombres. A veces los amonesta: “Ustedes van muy fuerte, nosotros no los sostendremos más”. Eso, a ellos, tanto les da: por lo que vale el apoyo que ella les presta, podría muy bien metérselo en el culo. Desde que su guerra comenzó, ellos han percibido esta verdad rigurosa: nosotros nos valemos todos mientras estamos, hemos aprovechado todos de ellos, ellos no tienen nada por probar, ellos no harán tratamientos de favor a nadie. Un solo deber, un solo objetivo: echar al colonialismo por todos los medios. Y los más avisados de nosotros, estarán, en rigor, prontos a admitirlo pero no pueden impedirse el ver en esta prueba de fuerza el medio muy inhumano que los subhombres han tomado para hacerse conceder una carta de humanidad: que se la acuerde lo más pronto posible y que traten entonces, por empresas pacíficas, de merecerla. Nuestras bellas almas son racistas.
Ellas sacarán provecho leyendo a Fanón; esta violencia irreprimible, él lo muestra perfectamente, no es una absurda tempestad ni la resurrección de instintos salvajes ni aún un efecto del resentimiento: es el hombre mismo recomponiéndose. Esta verdad, nosotros la hemos sabido, creo, y la hemos olvidado: las marcas de la violencia, ninguna dulzura las borrará: es la violencia la que puede solamente destruirlas. Y el colonizado se cura de la neurosis colonial echando al colono por las armas. Cuando su rabia estalla, él recupera su transparencia perdida, él se conoce en la misma medida en que se hace; de lejos nosotros tenemos su guerra como el triunfo de la barbarie; pero ella procede por sí misma a la emancipación progresiva del combatiente, ella liquida en él y fuera de él, progresivamente, las tinieblas coloniales. Desde que convenza, ella es, sin piedad. Es preciso o permanecer aterrado o devenir terrible; esto quiere decir: abandonarse a las disociaciones de una vida truncada o conquistar la unidad natal. Cuando los campesinos tocan los fusiles, los viejos mitos palidecen, las prohibiciones son, una a una, derribadas: el arma de un combatiente, es su humanidad. Pues, en el primer tiempo de la rebelión, hay que matar: abatir a un europeo es voltear dos pájaros de una pedrada, suprimir al mismo tiempo a un opresor y a un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre; el sobreviviente, por la primera vez, siente un suelo nacional bajo la planta de sus pies. En este momento, la Nación no se alela de él: se la encuentra donde él va, donde él está —nunca más lejos—, ella se confunde con su libertad. Pero, después de la primera sorpresa, el ejército colonial reacciona: es preciso unirse o hacerse masacrar. Las discordias tribales se atenúan, tienden a desaparecer: primero porque ponen en peligro a la Revolución, y más profundamente porque ellas no tenían otro oficio que derivar la violencia hacia falsos enemigos. Cuando persisten, como en el Congo, es que son mantenidas por los agentes del colonialismo. La Nación se pone en marcha: para cada hermano ella está en todas partes donde los otros hermanos combaten. Su amor fraternal es el revés del odio que ellos les dirigen: hermanos en que cada uno de ellos ha matado, puede de un momento a otro, haber matado. Fanón muestra a sus lectores los límites de la “espontaneidad”, la necesidad y los peligros de la “organización”. Pero, cualquiera fuera la inmensidad de la tarea, a cada desenvolvimiento. Vuelan los últimos complejos: que se venga un poco de la empresa la conciencia revolucionaria se profundiza hablarnos del “complejo de dependencia” en el soldado de la E.L.N. Liberado de sus anteojeras, el campe-dúo toma conocimiento de sus necesidades: ellas lo mataban pero él intentaba ignorarlas; él las descubre como exigencias infinitas. En esta violencia popular — para cumplir cinco años, ocho años como han hecho los argelinos, las necesidades militares, sociales y políticas no se pueden distinguir. La guerra —aunque no sea más que planteando la cuestión del mando y de las responsabilidades— instituye nuevas estructuras que serán las primeras instituciones de la paz. He aquí pues al hombre instaurado hasta en nuevas tradiciones, hijas futuras de un horrible presente, helo aquí legitimado por un derecho que va a nacer, que nace cada día en la lucha: con el último colono muerto, reembarcado o asimilado, la especie minoritaria desaparece, dejando el lugar a la fraternidad socialista. Y no es aún bastante: este combatiente quema las etapas; piensen ustedes que él no arriesga su piel para encontrarse en el nivel del viejo hombre “metropolitano”. Vean su paciencia: tal vez sueñe algunas veces con un nuevo Dien-Bien-Phu; pero crean que verdaderamente no cuenta con eso: es un pordiosero luchando, en su miseria, contra ricos poderosamente armados. Esperando las victorias decisivas y, a menudo, sin esperar nada, él trabaja a sus adversarios con asco. Esto no irá sin espantosas pérdidas; el ejército colonial llega a ser feroz: cuadrículas, rastrillados, reagrupamientos, expediciones punitivas; se masacra a las mujeres y los niños. El lo sabe: este hombre nuevo comienza su vida de hombre por el final; él se tiene por un muerto en potencia. Lo matarán; no sólo acepta este riesgo, sino que tiene esa certidumbre; este muerto en potencia ha perdido a su mujer, a sus hijos; ha visto tantas agonías que quiere vencer más bien que sobrevivir; otros aprovecharán la victoria, no él: él está demasiado cansado. Pero esta fatiga del corazón está en el origen de un increíble coraje. Nosotros encontramos nuestra humanidad más acá de la muerte y de la desesperación, él la encuentra más allá de los suplicios y de la muerte. Nosotros hemos sido los sembradores de viento; la tempestad, es él. Hijo de la violencia, él saca de ella, a cada momento, su humanidad: nosotros éramos hombres a expensas suyas, él se hace hombre a las nuestras. Otro hombre: de mejor calidad.
Aquí Fanón se detiene. El ha mostrado el camino: portavoz de los combatientes, ha reclamado la unión, la unidad del continente africano contra todas las discordias y todos los particularismos. Ha alcanzado la meta. Si quisiera describir integralmente el hecho histórico de la descolonización, le sería preciso hablar de nosotros: lo que no es ciertamente su propósito. Pero, cuando hemos cerrado el libro, él se prosigue en nosotros, a pesar de su autor: pues experimentamos la fuerza de los pueblos en revolución y nosotros respondemos a ella con la fuerza. Hay pues un nuevo momento de la violencia y es a nosotros, esta vez, adonde hay que volver pues ella está en vías de cambiarnos en la medida en que el falso indígena se cambia a través de ella. A cada uno corresponde conducir sus reflexiones como quiera. Con tal que, sin embargo, se reflexione: en la Europa de hoy, a todo aturdido por los golpes que se le lleve, en Francia, en Bélgica, en Inglaterra, la menor diversión del pensamiento, es una complicidad criminal con el colonialismo. Este libro no tenía ninguna necesidad de un prefacio. Tanto menos como que no se dirigía a nosotros. Yo hice uno, sin embargo, para llevar la dialéctica hasta el fin: a nosotros también, gentes de Europa, se nos descoloniza: esto quiere decir que por una operación sangrienta se extirpa el colono que hay en cada uno de nosotros. Contemplémosnos, si tenemos el valor de hacerlo, y veamos lo que ocurre con nosotros.
Hay que afrontar, primero, este “espectáculo inesperado: el strip-tease de nuestro humanismo. Aquí está, completamente desnudo, nada bello: no era más que una ideo-logia mentirosa, la exquisita justificación del pillaje; sus ternuras y su preciosismo garantizaban nuestras agresiones. Ellos tienen buena cara, los no-violentos: ¡ni víctimas ni verdugos! ¡Vamos! Si ustedes no son víctimas, cuando el gobierno que ustedes han plebiscitado, cuando el ejército donde vuestros hermanos jóvenes han servido, sin vacilación ni remordimientos, emprenden un “genocidio”, ustedes son indudablemente verdugos. Y si ustedes eligen ser víctimas, arriesgar un día o dos de presión, ustedes eligen simplemente salir de apuros. Pero no saldrán; hay que llegar hasta el fin. Comprendan por fin esto: si la violencia hubiera comenzado esta tarde, si ni la explotación ni la opresión hubieran nunca existido sobre la tierra, tal vez la no-violencia ostentosa pudiera apaciguar la querella. Pero si el régimen entero y hasta vuestros no-violentos pensamientos están condicionados por una opresión milenaria, vuestra pasividad no sirve más que para colocarlos del lado de los opresores.
Ustedes saben bien que nosotros somos explotadores, Ustedes saben bien que hemos tomado el oro y los metales y luego el petróleo de los “nuevos continentes” y que los hemos traído a las viejas metrópolis. No sin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitales industriales; y además cuando la crisis amenazaba, allí estaban los mercados coloniales para amortizarla o desviarla. Europa, cebada de riquezas, acordó de jare la humanidad a todos sus habitantes: un hombre, entre nosotros, quiere decir un cómplice, puesto que todos hemos aprovechado la explotación colonial. Este continente, pálido y gordo se termina por dar en lo que Fanón llama justamente “narcisismo”. Cocteau se irritaba con París, “esta ciudad que habla todo el tiempo de sí misma”. ¿Y qué otra cosa hace Europa? ¿Y este monstruo super-suropeo, Norteamérica? Qué charlatanería: libertad, igualdad, fraternidad, amor, honor, patria, ¡qué se yo! Esto no nos impedía sostener al mismo tiempo discursos racistas, ¡sucio negro, sucio judío, sucio ratón. Buenos espíritus, tiernos y liberales —en suma: neocolonia-listas— se pretendían chocados por esta inconsecuencia; errar o mala fe: nada más consecuente, en nosotros, que un humanismo racista puesto que el europeo no pudo hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos. Mientras hubo indígenas, esta impostura no fue desenmascarada; se encontraba en el género humano una abstracta postulación de universalidad que servía para cubrir prácticas más realistas: había, del otro lado de los mares, una raza de subhombres que, gracias a nosotros, en mil años tal vez alcanzaría nuestro estado. En una palabra, se confundía el género con la élite. Hoy día el indígena revela su verdad; de golpe, nuestro club tan hermético, revela su debilidad: no era ni más ni menos que una minoría. Hay algo peor: puesto que los otros se hacen hombres contra nosotros, aparece que nosotros somos los enemigos del género humano; la élite revela su verdadera naturaleza: una banda. Nuestros queridos valores pierden sus alas; de mirarlas de cerca, no se encontrará una que no esté manchada de sangre. Si les hace falta un ejemplo, recuerden esas grandes palabras: qué generosa, Francia. ¿Generosos, nosotros? ¿Y Sétif? ¿Y estos ocho años de guerra feroz que han costado la vida a más de un millón de argelinos?
Pero comprendan bien que no se nos reprocha haber traicionados no sé qué misión: por la sencilla razón que no teníamos ninguna. Es la generosidad misma la que están en cuestión; ese hermoso término sonoro no tiene más que un sentido: status concedido. Para los hombres de enfrente, nuevos y liberados, nadie tiene el poder ni el privilegio de dar nada a nadie. Cada uno tiene todos los derechos. Sobre todos; y nuestra especie, cuando un día sea hecha, no se definirá como la suma de los habitantes del globo, sino como la unidad infinita de sus reciprocidades. Me detengo; ustedes terminarán el trabajo sin esfuerzo; basta mirar de frente, por primera y por última vez, nuestras aristocráticas virtudes: ellas revientan; cómo sobrevivirían a la aristocracia de subhombres que las engendró. Hace algunos años, un comentador burgués —y colonialista— para defender a Occidente no encontró más que esto: “Nosotros no somos ángeles. Pero nosotros, por lo menos, tenemos remordimientos”. ¡Qué confesión! Antes nuestro continente tenía otros flotadores: el Partenón, Chartres, los Derechos del Hombre, la svástica. Se sabe actualmente lo que ellos valen: y ya no se pretende salvarnos del naufragio más que con el sentimiento muy cristiano de nuestra culpabilidad. Es el fin, como ustedes ven: Europa hace agua por todas partes. ¿Qué ha pasado, entonces? Esto, muy simplemente: que nosotros éramos los sujetos de la historia, y que actualmente somos sus objetos. La relación de fuerzas se ha invertido, la descolonización está en curso; todo lo que nuestros mercenarios pueden intentar es retardar su desenlace.
Aún hace falta que las viejas “metrópolis” se metan, que comprometan todas sus fuerzas en una batalla de antemano perdida. Esta vieja brutalidad colonial que ha hecho la dudosa gloria de los Bugeaud, nosotros la volvemos a encontrar, al fin de la aventura, decuplicada, insuficiente. Se envía el contingente a Argelia, allí se mantiene durante siete años sin resultado. La violencia ha cambiado de sentido; victoriosos nosotros la ejercíamos sin que pareciera alterarnos: ella descomponía a los otros y nosotros, los hombres, nuestro humanismo, permanecía intacto; unidos por la ganancia, los metropolitanos bautizaban fraternidad, amor, a la comunidad de sus crímenes; hoy día la misma, bloqueada en todas partes, retorna sobre nosotros a través de nuestros soldados, se interioriza y nos posee. La involución comienza: el colonizado se recompone y nosotros, ultras y liberales, colonos y “metropolitanos”, nosotros nos descomponemos. Ya la rabia y el miedo están desnudos: ellos se muestran al descubierto en las “ratoneras” de Argel. ¿Y ahora, dónde están los salvajes? ¿Dónde está la barbarie? Nada falta, ni aún el tam-tam: las bocinas riman “Argelia Francesa” mientras ios europeos hacen quemar vivos a los musulmanes. No hace mucho —Fanón lo recuerda— los psiquiatras en un Congreso se afligían por la criminalidad indígena: esas gentes se matan entre ellos, decían esto no es normal; el cortex del argelino debe ser subdesarrollado. En África central, otros han determinado que “el africano utiliza muy poco sus lóbolus frontales”. Estos sabios encontrarían interés hoy día en proseguir su encuesta en Europa y particularmente entre los franceses. Pues nosotros también, desde hace algunos años, debemos estar alcanzados de pereza frontal: los patriotas asesinan un poco a sus compatriotas; en caso de ausencia, hacen saltar al portero y a su casa. No es más que el comienzo: la guerra civil está prevista para el otoño o para la primavera próxima. Nuestros lóbulos parecen estar, sin embargo, en buen estado: ¿no sería más bien que, al no poder aplastar al indígena, la violencia vuelve sobre sí, se acumula en el fondo de nosotros y busca una salida La unión del pueblo argelino produce la desunión del pueblo francés: en todo el territorio de la ex metrópoli, las tribus danzan y se preparan para el combate. El terror ha abandonado el África para instalarse aquí: ya que hay furiosos muy buenamente que quieren hacernos pagar con nuestra sangre la vergüenza de haber sido derrotados por el indígena, y además están los otros, todos los otros, tan culpables —después de Bizerta, después de los linchamientos de septiembre, ¿quién, pues, ha bajado a la calle para decir: basta?— pero más sentados: los liberales, los duros duros de la Izquierda blanda. En ellos también la fiebre sube. Y la hurañería. ¡Pero qué miedo! Ellos se cubren su rabia con mitos, con ritos complicados para retardar el arreglo de la cuenta final y la hora de la verdad, han puesto a nuestra cabeza un Gran Hechicero cuyo oficio es mantenernos a toda costa en la oscuridad. Nadase hace; proclamada por unos, rechazada por otros, la violencia gira en redondo: un día explota en Mtez, al día siguiente en Bordeaux; pasó por aquí, pasará por allá, es el juego del ratón. A nuestro turno, paso a paso, nosotros hacemos el camino que lleva al indígena. Pero para llegar a ser enteramente indígenas, sería preciso que nuestro suelo fuera ocupado por los antiguos colonizados y que reventáramos de hambre. Esto no será: no, es el colonialismo destronado el que nos posee, es él quien nos encabalgará pronto, chocho y soberbio; helo aquí, nuestro “zar”, nuestro “loa”. Y ustedes se persuadirán leyendo el último capítulo de Fanón, que vale más ser un indígena en el peor momento de la miseria que uno antes colono. No es bueno que un funcionario de policía esté obligado a torturar diez horas por día: a ese ritmo, sus nervios van a crujir a menos que se prohiba a los verdugos, en su propio interés, hacer horas suplementarias. Cuando se quiere proteger con el rigor de las leyes la moral de la Nación y del Ejército, no es bueno que ésta desmoralice sistemáticamente a aquella. Ni que un país de tradición republicana confíe sus jóvenes, por centenas de miles, a oficiales putschistas. No es bueno, mis compatriotas, ustedes que conocen todos los crímenes cometidos en nuestro nombre, no es verdaderamente bueno que no digan una palabra sobre ellos, ni aún a vuestra alma, por temor a juzgarse. Al comienzo ustedes ignoraban, quiero creerlo, después han dudado, al presente ustedes saben, pero se callan siempre. Ocho años de silencio, esto degrada, Y vanamente: hoy día el enceguecedor sol de la tortura está en el zenit, ilumina todo el país; bajo esta luz, ya no hay una risa que suene justa, un rostro que no se disfrace para ocultar la cólera o el miedo, un acto que no traicione nuestras repugnancias y nuestras complicidades. Hoy día basta que dos franceses se encuentren para que haya un cadáver entre ellos. Y cuando digo uno… Francia, antes, era un nombre de país; tengamos cuidado que no sea, en 1961, el nombre de una neurosis.
“Curaremos? Sí. La violencia, como la lanza de Aquiles, puede cicatrizar las heridas que ha hecho. Actualmente estamos encadenados, humillados, enfermos de miedo: en lo más bajo. Felizmente esto todavía no alcanza a la aristocracia colonialista: ella no puede cumplir su misión retardataria en Argelia como no haya acabado antes de colonizar a los franceses. Retrocedemos cada día frente a la pelea pero estén seguros que no la evitaremos: tienen necesidad de ella los asesinos; van a robarnos las plumas y a golpear en el montón. Así terminará el tiempo de los brujos y de los fetiches: tendrán que luchar o pudrirse en los campos. Es el último momento de la dialéctica: ustedes condenan esta guerra pero no se animan todavía a declararse solidarios de los combatientes argelinos; no teman, cuenten con los colonos y con los mercenarios: ellos les harán marcar el paso. Tal vez, entonces, la espalda contra la pared, soltarán por fin esta violencia nueva que antiguos crímenes suscitan en ustedes. Pero, esto, como se dice, es otra historia. La del hombre. Se aproxima el tiempo, estoy seguro, en que nos uniremos a quienes la hacen.

Jean Paul Sartre
Septiembre 1961
Capítulo I. La violencia
Frantz Fanon no sitúa el origen de la violencia en el colonizado, sino en el colonizador. La conquista de continentes enteros por las potencias imperiales europeas y luego por el imperialismo estadounidense, se ha distinguido por la violencia ejercida por estos para imponer su voluntad.

Para el autor, “…la descolonización es siempre un fenómeno violento… constituye desde el primer momento la reivindicación mínima del colonizado… la sustitución de una ‘especie’ de hombres por otra ‘especie’ de hombres… el encuentro de dos fuerzas congénitamente antagónicas.”

Los colonizados comienzan a serlo cuando aparece en escena el conquistador, cuando éste se establece a sangre y fuego sobre “la ‘cosa colonizada’ —que no sobre seres humanos— (que) se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera.” De ahí que “…la descolonización realmente es creación de hombres nuevos…”

El mundo colonizado que sirve de marco de referencia a Fanon corresponde a la Argelia colonial francesa de la década de 1950. Un millón de colonos —pied noirs— eran los virtuales dueños de ese país de más de 2.3 millones de kilómetros cuadrados.

La resistencia desembocó finalmente en la guerra de liberación iniciada el primero de noviembre de 1954; ese mismo año Francia sufrió una derrota decisiva en Dien Bien Phu, frente al pueblo vietnamita que también luchaba por su independencia.

Los colonos denominaban ‘indígenas’ a los pobladores argelinos. Eran tratados con gran desprecio, explotados y discriminados como una raza inferior. La mayor parte era analfabeta, pobre y desempleada.

Fanon critica severamente a los intelectuales colonizados —de donde saldrán los dirigentes neocoloniales del futuro— quienes, en su opinión, se conforman con terciar y limar asperezas y sugerir puntos medios sobre lo antagónico, para a la postre dejar todo igual.

Fanon no se refiere al anexionismo como contradicción fundamental contra la cual había que luchar. Ello aun cuando parte, si no toda Argelia había sido formalmente anexada a Francia.

Esto es importante en el caso de Puerto Rico, pues durante las pasadas décadas se ha ido dando un proceso en el que los colonialistas tradicionales —los estadolibristas— han tenido que afirmar la cultura y la nacionalidad puertorriqueñas en el afán de ganar algún espacio y pertinencia políticas. En la actualidad es entre los anexionistas donde aparecen de forma más pronunciada el incondicionalismo, el entreguismo y la renegación de lo puertorriqueño.

Contrastes económicos y sociales
Otro aspecto importante del análisis que hace Fanon de Argelia y de África a mediados del siglo veinte, tiene que ver con el nivel de desarrollo económico, social y cultural alcanzado entonces por esos pueblos y el nuestro. Por ejemplo, se refiere a, “Las luchas tribales, (que) no hacen sino perpetuar los viejos rencores arraigados en la memoria… Autodestrucción colectiva muy concreta en las luchas tribales, tal es, pues, uno de los caminos por donde se libera la tensión muscular del colonizado.”

También nos habla de los mitos terroríficos en que cree el colonizado, típicos de sociedades subdesarrolladas, una superestructura mágica, genios maléficos, hombres leopardos, hombres serpientes, canes con seis patas, zombis, animales y gigantes, más temidos que el colonizador.
En su opinión, “…es evidente que en los países coloniales sólo el campesinado es revolucionario.”

¿Era similar en el Puerto Rico de la primera parte del siglo veinte? ¿Habrá considerado Washington que el campesinado puertorriqueño de entonces constituía un peligro; lo que le condujo a la elaboración del modelo populista iniciado en la década de 1940? ¿Hubiera sido otra la historia de Argelia si en lugar de masacrar al pueblo argelino en 1954, la metrópoli francesa hubiera diseñado una suerte de ELA modernizador y pacificador, como hizo Estados Unidos en 1952?

La violencia revolucionaria va cobrando forma
Esa violencia indiscriminada, contra todo y contra todos, que ejerce el colonizado que es víctima de la violencia sistemática del colonizador, va cobrando forma política y social progresivamente. Se suceden ‘asesinatos bestiales’, pero a la vez se va creando conciencia que sólo la violencia, en otra dimensión, los liberará del yugo colonial: “¿Por qué aberración del espíritu esos hombres sin técnica, hambrientos y debilitados, no conocedores de los métodos de organización llegan a convencerse, frente al poderío económico y militar del ocupante, de que sólo la violencia podrá liberarlos?”

“La existencia de la lucha armada indica que el pueblo decide no confiar, sino en los medios violentos. El pueblo, a quien ha dicho incesantemente que no entendía sino el lenguaje de la fuerza, decide expresarse mediante la fuerza. En realidad el colono le ha enseñado desde siempre el camino que habría de ser el suyo, si quería liberarse.”

Después de todo, es el colonizador el que enseña el lenguaje de la violencia al colonizado; es la forma en que le ha dominado y su manera de legitimarse.

El psiquiatra que había en Fanon nos conduce a disquisiciones sobre el comportamiento humano, que para él resultan indispensables en la comprensión del fenómeno de la violencia en una colonia: “En el plano de los individuos, la violencia desintoxica. Libra al colonizado de su complejo de inferioridad, de sus actitudes contemplativas o desesperadas. Lo hace intrépido, lo rehabilita ante sus propios ojos que la liberación ha sido labor de todos…que el dirigente no tiene mérito especial.”

El autor se detiene a advertir que es equivocado que el pueblo dominado por siglos pretenda aspirar a que, como resultado de su lucha, alcance los niveles de desarrollo de los países europeos.

“…Europa se ha inflado de manera desmesurada con el oro y las materias primas de los países coloniales: América Latina, China, África. De todos esos continentes, frente a los cuales la Europa de hoy eleva su torre opulenta, parten desde hace siglos hacia esa misma Europa los diamantes y el petróleo, la seda y el algodón, las maderas y los productos exóticos. Europa es, literalmente, la creación del Tercer Mundo. Las riquezas que la ahogan son las que han sido robadas a los pueblos subdesarrollados.”

“También los Estados Unidos van a retroceder quizá un día ante la voluntad de los pueblos. Ese día lo festejaremos, porque será un día decisivo para los hombres y mujeres del mundo entero.”

Capítulo II. Grandeza y debilidades del espontaneísmo
En este capítulo, el autor define el espontaneísmo como una etapa en la lucha por la descolonización. Plantea que ocurre la activación espontánea de los más marginados, sin formación ideológica, por así decirlo, por pura necesidad: “Obedecen a una doctrina simple: haced que la nación exista. No hay programa, no hay discursos, no hay resoluciones, no hay tendencias. El problema es claro: es necesario que los extranjeros se vayan. Hay que construir un frente común contra el opresor y fortalecer ese frente mediante la lucha armada…Cada cual, mediante su acción, hace existir a la nación…”

Según el autor, esta etapa corresponde al primer período de la lucha armada:“Es un verdadero éxtasis colectivo. El asumir la nación hace avanzar la conciencia. La unidad nacional es primero unidad del grupo, la desaparición de las viejas querellas…Es un codo con codo fraternal, en la lucha armada, los hombres se acercan a sus enemigos de ayer…”

El desarrollo de la conciencia
Entonces, de entre esa energía desbordante, se organiza la guerrilla, nos dice Fanon. Se deja atrás el espontaneísmo. Se adquiere una formación política superior. La sublevación campesina se transforma en guerra revolucionaria. ¿Cuál es el prerrequisito indispensable para que esto ocurra? El desarrollo de la conciencia: “…no se triunfa en una guerra nacional, no se descompone la terrible maquinaria del enemigo, no se transforma a los hombres si se olvida elevar la conciencia del combatiente. Ni el valor encarnizado ni la belleza de los lemas son suficientes.”

Es fundamental el valor determinante que le adjudica Fanon al desarrollo de la conciencia, como prerrequisito para que la ira contenida del colonizado, al volcarse, adquiera un sentido social y político, y contribuya al cambio social. No basta con sufrir las consecuencias de la opresión, no basta con reaccionar a cada abuso desde el corazón.

Clases sociales: coincidencias y diferencias
El análisis de la estructura de clases de la Argelia colonial que hace Fanon rompe los esquemas tradicionales, sobre todo en cuanto al papel principal de la clase obrera en la lucha por la transformación política y social.

El autor diferencia el proletariado de los países occidentales del de la colonia. En el caso de la Argelia dice, el proletariado, concentrado en las ciudades, termina siendo un sector privilegiado que tiene mucho que perder con la lucha de independencia.

Cuando Fanon afirma que “La noción de partido es una noción importada de la metrópoli”, está reconociendo que Francia nunca tuvo la intención de reproducir en Argelia ni en ninguna de sus otras colonias africanas, las formas republicanas de gobierno y de organización de la sociedad.
Apreciamos en Puerto Rico un desarrollo mayor de la institucionalidad republicana, participativa y legal, aunque carente de poderes políticos y económicos fundamentales, promovido por la propia potencia colonial para asegurar sus intereses de manera distinta a cómo Francia buscaba lo propio en Argelia.

El lumpen-proletariat
“La lucha armada se desencadena.” La guerrilla se plantea llevar la guerra a las ciudades. ¿A quién recurrir? A los campesinos desplazados a la ciudad, que habitan arrabales en áreas de la periferia urbana. Al lumpen prolerariado.

Aquí nos topamos con otra propuesta atrevida de Fanon en materia de clases sociales y su posible participación en la lucha independentista. “Es… en el seno del lumpen-proletariat donde la insurrección va a encontrar su punta de lanza urbana. El lumpen-proletariat, cohorte de hambrientos destribalizados, desclanizados, constituye una de las fuerzas más espontáneas y radicalmente revolucionarias de un pueblo colonizado.”

Fanon afirma convencido que, “Entonces los rufianes, los granujas, los desempleados, los vagos, atraídos, se lanzan a la lucha de liberación como robustos trabajadores. Esos vagos, esos desclasados van a encontrar, por el canal de la acción militante y decisiva, el camino de la nación.”

No es ingenua la reflexión de Fanon sobre el lumpen-proletariado. Por eso nos advierte que, “Este responde siempre a la llamada, a la insurrección, pero si la insurrección cree poder desarrollarse ignorándolo, el lumpen-proletariat, esa masa de hambrientos y desclasados, se lanzará a la lucha armada, participará en el conflicto, pero del lado del opresor.”

En Puerto Rico se ha dado un extenso proceso de desclasamiento, descomposición social y lumpenización, sobre todo desde la década de 1970, cuando comenzó a hacer crisis el modelo económico de la Operación Manos a la Obra.

Se ha ido dando una inversión de valores fundamentales, como el amor al trabajo y el respeto a la vida. La violencia se ha ido convirtiendo en una forma de comportamiento normal. Mientras tanto el consumismo desenfrenado sigue su curso y el gran capital extranjero obtiene ganancias multibillonarias.

Ha ocurrido un proceso de lumpenización en circunstancias diferentes a las de la Argelia de Fanon, pero con consecuencias que podrían ser similares.

Capítulo III. Desventuras de la conciencia nacional
Fanon anticipa, con gran preocupación, el riesgo de que se perpetúe el dominio extranjero con nuevos ropajes y con la complicidad activa de ciudadanos de la propia colonia que se supone deje de serlo. Y advierte que, “El nacionalismo, si no se hace explícito, si no se enriquece y se profundiza, si no se transforma rápidamente en conciencia política y social, en humanismo, conduce a un callejón sin salida.”

La idea de la nación que tiene Fanon es profundamente democrática y comprometida con los desposeídos, que son precisamente los que han cargado sobre sus espaldas la lucha de liberación nacional. Pero a la hora de los privilegios posibles y del poder que tienta, no todos piensan de esa manera. Por ejemplo, las burguesías nacionales, grupo minoritario que asume la conducción de las nuevas naciones. “En los países subdesarrollados, hemos visto que no hay verdadera burguesía sino una especie de pequeña casta con dientes afilados, ávida y voraz, dominada por el espíritu usuario y que se contenta con los dividendos que le asegura la antigua potencia colonial…”

Igual preocupación muestra Fanon por la instauración en el poder de los partidos nacionalistas únicos y la imposición de líderes de cuya fachada popular se despojarán prontamente. “El partido único es la forma moderna de la dictadura burguesa sin máscara, sin afeites, sin escrúpulos, cínica.” “El dirigente apaciagua al pueblo… y lo entretiene evocando el pasado heroico.” ¿Cuáles deben ser las características, según Fanon, del partido político que dirija al nuevo Estado independiente? “…no es un instrumento en manos del gobierno… es un instrumento en manos del pueblo” Debe estar descentralizado, su dirección ubicada fuera de la capital. Los dirigentes del partido no deben serlo del gobierno. Debe ser…e l organismo a través del cual ejerce su autoridad y su voluntad como pueblo.”

La juventud
Se refiere también a la juventud, como protagonista principal del nuevo país y responsable del nuevo gobierno nacional. Le preocupan sobre todo las distracciones que implanta el dominador para neutralizar la energía y el compromiso juvenil: “…en los países subdesarrollados, la juventud dispone de distracciones pensadas para la juventud de los países capitalistas…” Y nos dice que a la juventud ociosa lo primero que hay que darle es trabajo; que el gran objetivo debe ser formar ciudadanos, humanizarlos.


*Síntesis apretada de un ensayo escrito recientemente, que lleva el mismo título. El autor es profesor universitario y Co-Presidente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano.
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